En las últimas décadas del s. XVIII y principios del s. XIX surgía entre el Discurso del Método” de Descartes y las filosofías hegelianas el concepto de organismo aplicado a la música.
Una analogía que ya aparece en los famosos ensayos filosóficos de Goethe “ Metamorfosis de las plantas”
de 1.790 y que una década más tarde el filósofo integrado en el
idealismo germano, Schelling, propulsó para estudios posteriores que
recogerían, entre otros: Momigny, Antonin Reicha y Adolph Bernhard Marx.
Incuestionablemente padres del concepto de idea como germen orgánico.
Luchar
contra los planteamientos de la Retórica barroca tan asentada entre los
propios compositores y teóricos suponía una reorientación que venía
implícita en el nuevo modelo de composición que presagiaban un cambio,
sólo basta dar un vistazo a la Fantasía op. 17 de Schumann, o al Cuarteto op. 51 nº 2 de Brahms, por citar dos referencias recogidas en los trabajos de Montgomery «The myth of organicism: from bad science to great art», The Musical Quarterly, 76, 1, 1992.
El
nuevo tratamiento que se abría en el análisis de la composición e
incluso de la interpretación musical y tras esta pequeña introducción
histórica viene a centrarse en el objetivo de este artículo: la obra
nace o se hace.
Es conocida entre los historiadores y amantes de la música, la singular anécdota que dio pie a la Ofrenda Musical
que J.S. Bach dedicó al rey Federico El Grande de Prusia a partir de
una “idea” de éste. Para los curiosos pueden encontrar este momento en
la versión cinematográfica que hizo la directora Domeniqe de Rivaz en Mi nombre es Bach”.2.003
Nadie
puede negarle el nacimiento de dicha idea a Federico de Prusia, por
cierto, un amante de la música y flautista. Pero la evidencia demuestra
que esta idea no hubiera germinado en manos del rey, al menos, no con la
repercusión que tuvo con J.S. Bach.
En
estos últimos y dramáticos días de la vida del genial compositor
alemán, ya cobraba fuerza esta tendencia del tratamiento analítico de
una composición como organismo.
Podemos
creer entonces, que para que una idea musical o motivo, sin entrar en
cuestiones terminológicas de estas palabras, germine, es necesario saber
desarrollarla, y por tanto que dé fruto. La estructura de una
composición no es más que un germen que debe aspirar a un proceso de
reinvención continuada, con repeticiones, inversiones, oposiciones y
otras tantas técnicas que están en la mano de cualquier compositor que
se precie. Sólo de esta manera es un ente vivo capaz de cobrar sentido
por sí misma, sin añadidos de ningún tipo.
Como
obra musical ya goza de credibilidad, otra cosa es que se adapte a las
estéticas, a las sensibilidades y a la capacidad de interacción entre
compositor-intérprete-oyente.
El
trabajo de un compositor consiste, para quien aún no lo haya tenido en
cuenta, en saber primero concebir el germen, pero su labor más dura
radica en su capacidad para saberlo mantener vivo.