No puedo negarlo, Chopin es desde mi niñez, mi músico predilecto. Me cautivó cuando yo era apenas un niño de ocho años en las maravillosas manos de una pianista brasileña: Guiomar Novaes.
La paulistana que
nació en los finales del s. XIX hija de una familia numerosa no ha
pasado a la historia con demasadiado reconocimiento, al menos, a nivel
europeo.
Sin embargo la dilatada carrera de esta mujer brasileña
que dió a conocer las obras de Villa-Lobos en Europa, que se codeó con
Debussy y otros compositores en su estancia en Francia y que viajó
constantemente a EE.UU. donde su arte fue más valorado, fue el espiritu
vivo de Chopin, al que ella gustaba interpretar y ´¡de qué manera lo
hacía!.
Es dificil valorar objetivamente qué diferencia la
interpretación de Guiomar de las de otros intérpretes como Maurizio
Pollini o el mismo Arthur Rubinstein por citar algunos conocidos. La
verdad, tampoco sé si es posible dar una opinión objetiva en este
sentido.
Lo cierto es que los vals de Chopin suenan con este tono
romántico y nostálgico del compositor, cargado de sensibilidad y
brillantez. Novaes hace un uso muy particular de los tiempos libres,
recreándose en ellos huyendo de la dictadura de la medida, sin perder un
ápice del sentido musical que la obra requiere.
En palabras de la
propia Guiomar, no necesitaba de siete u ocho horas de estudio, decía
no tener paciencia para eso, y sin embargo, su destreza, su técnica no
tiene ningún rasgo de falta de dominio, de expresión, de sentimiento.
Tras
el estallido de la segunda guera mundial, Novaes volvió a su Brasil
con frecuentes viajes a EE.UU. y vivió hasta los 85 años, muriendo en
Sao Paulo.