En estas estancias que paso en Recife (Brasil) no dejo de asombrarme aún a sabiendas que en este mundo actual todo es posible y nada ya es imaginario o ficticio.
Como amante y defensor de la música que me considero, admiro a todos aquellos
que se empeñan contracorriente en salvaguardar los valores, los
fundamentos y la historia de quienes dedicaron su vida a la música.
Creo, que nadie duda del momento crítico que el arte en general está
viviendo, tratando de buscar su identidad en un mundo mecanizado por la
tecnlogía, la segunda era industrial que hizo como en épocas anteriores,
del hombre una máquina.
Más para suerte y fortuna del arte, existen estos nuevos abanderados en pro si no ya de crear, al menos de conservar y que no quede en el olvido.
Y
es una lucha sin pausa, con heridas, a cuerpo, entre quienes se afanan
en encontrar lo tecnológico y lo vanguardista como estandarte y
definición del hombre contempoáneo. Tal vez, estos ignorantes olviden
que los monjes de Solesmes en pleno siglo XIX rescataran el gregoriano o
que en el mismo siglo, se redescubriese a Johan Sebastian Bach. Mirar
atrás no es sinónimo de decadente, de antiguo, mirar atrás es por el
contrario, aceptar y respetar nuestra herencia.
Si Europa vive esta lamentable decadencia e inflexibilidad con el pasado, no quiero entonces hablar de América.
En
primer lugar, porque el Nuevo Continente vive aún muy cerca de su más
reciente infancia, y por lo tanto, con poca perspectiva de pasado.
En
segundo lugar, porque en esta globalización que hizo de cantantes
inexpertos, exceéntricos, carentes de sensiblidad alguna para el arte,
su modelo de culto, Brasil como el resto de las Americas no está exento
de dolencia.
En un filme que asistí hace unos días y del cual
lamentablemente no puedo daros referencias, un pintor en su madurez se
enfrenta a ese concepto de vanguardismo frío y carente de contenido y
para ello engaña a uno de los mejores críticos de ese arte con unas
pinturas que consigue de sus alumnos de la Escuela de Deficientes
Mentales. El crítico obsecado en encontrar un sentido a todas aquellas
pinturas resulta tan patético que desmorana cualquier intento en creeer
que el llamado arte vanguardista tenga realmente una razón de ser.
No
soy pintor y nada puedo decir sobre eso, pero sí soy músico y tengo
mucho que decir sobre quienes manipulan la música con cuatro sonidos mal
encajados en una partitura que bien podría ser escrita por uno de
aquellos respetables alumnos.
El arte no tiene cabida en el mundo
actual. Nos lo hemos cargado, a base de inventar lo que ya no puede ser
inventado, pero un buen pintor, como un buen compositor, no pasa por no
parecerse a Monet, Velazquez, Mozart o Falla, sino en su capacidad de
imprimir desde su sentimiento algo que llegue al resto de los mortales.
Por tanto, no es el medio, sino el fin el que justifica. Pintar a
brocha gorda con terrones de azucar, o componer para jarrón estrellado
en un suelo de mármol puede resultar de lo más innovador, pero ¿qué
tiene de significado?, o mejor dicho, ¿a qué parte del corazón está
llegando?.
En esta visión pesimista que observo del arte actual,
me deprime aún más ver el abandono de los Conservatorios. Aquí en
Recife, como en Olinda, sin infraestrucutras, sin una sala merecedora de
albergar ningún sonido, sin aulas preparadas y sin profesores que
puedan llevar a cabo el dificil trabajo de transmitir una historia.
Resulta por tanto, más que admirable, ver a un chico o chica de corta
edad afanándose en el único madero que queda después del naufragio del
mayor de los navíos. Y los hay quienes aún ni teniendo para comer, ni
para vestir encuentra en la música de Bach, Mozrt o Beethoven, la razón
de su existir. ¡Estos es el arte! y quien a fuerza de oponerse al gran
muro que sobre ellos se levanta consiguen salur victoriosos, son
merecedores del mayor de los respetos.
En un programa de televisión aquí en Brasil, de esos que sirven para "pasar" el domingo pude ver el mayor de los absurdos.
Se
presentaba uno de los indiscutibles talentos operísticos aquí en
Brasil, el tenor Thiago Arancam, tal vez uno de aquellos niños antes
nombrado. La propuesta podría ser interesante, incluso una manera de
difundir o amar la ópera, pero el contexto resultaba verdaderamente
patético, irreal, en un programa sin sustancia y con un acompañante de
piano verdaderamente muy por debajo del citado tenor. Esto ni puede ni
debe hacerse por mucho que nos empeñemos en llevar el arte al gran
público. Lo peor de todo aquello estaba por llegar, cuando una de las
personas que asistían conmigo a aquel despropósito dijo: ¿Y por qué el
no canta ópera brasileña?. Por respeto a la ignorancia de la persona que
hacía tal comentario, preferí callar y eludir el comentario, pero ¿es
que ahora el arte necesita defender una patria? ¿qué más dá si canta un
aria italiana, alemana, francesa o de la misma Groenlandia. Es esto, a
lo que hemos llegado, a la falta de cultura del pueblo para entender que
el arte no entiende de fronteras, ni de tiempos, ni de clases sociales,
étnicas o religiones. El arte se defiende a sí mismo, sea en la lengua
que fuere o con los instrumentos que se considere siempre y cuando ese
lenguaje llegue y toque las fibras más sensibles de cualquiera que lo
escuche.
Estamos en el mundo de lo absurdo, sin duda, en los
tiempos donde todo se confunde, todo se mezcla y nada tiene sentido. Se
accede a la información superficial sin tiempo para profundizar en nada.
El
arte, es también una especie en peligro de extinción, será demasiado
tarde para acordarnos y recordaremos la última canción del idiota de
turno como lo mejor que pudimnos dar.