Podría
decir, sin temor a equivocarme, que la institucionalización de la
música tuvo más sombras que luces, y peor aún, perduran.
Como
comentaba en el post anterior dedicado a la figura de Carissimi, la
burguesía, que había conseguido convertirse en la principal protagonista
de las revoluciones, tanto francesa como industrial, había dejado
huérfanos a los compositores que, a diferencia de lo que se piensa,
tomaron la forzosa decisión de convertirse en artistas independientes,
autónomos.
Oficialmente, como organización del Estado, el primer
Conservatorio fue el de París, fundado en el año 1.795 y digo
oficialmente, porque el término conservatorio fue una denominación que
tomaron los centros y escuelas de caridad que recogían a huérfanos o
personas en precariedad y se enseñaba entre otras cosas, música.
El
Conservatorio de París contaba en sus comienzos con 40 profesores y 40
estudiantes, lo que da una clarísima radiografía del grado de
individualidad de las enseñanzas impartidas. Fue criticado de cierto
conservadurismo y entre sus profesores no destacan compositores de
altura de la época. Años más tarde, Leipzig, en 1843, iniciaba bajo las
órdenes de los Mendelssohn Barthody, una apuesta que desbancaba el
liderazgo de Francia. Entre sus profesores se contaban con importantes
compositores como Schumann y llegó a tener hasta 6.000 alumnos.
La
institucionalización de la música fue un camino abierto para los
diletantes, en su mayoría burgueses que admiraban la cultura y querían
formar parte de las actividades y acontecimientos más destacados de la
época.
Sin embargo, y como veremos más adelante, los conservatorios demostraron una exigencia y un anquilosamiento que no
estaban al alcance del alumnado que a ellos, con intenciones tal vez no
profesionales, se acercaban para el aprendizaje de la música.
La
vida de los conservatorios no ha cambiado mucho, pienso
que estaban desde el comienzo abocados al fracaso, si lo que se pretendía
era extraer de ellos grandes compositores. Que nadie se llame a engaño,
el talento no se enseña aunque si se perfecciona.
Uno de las
lozas que pesan sobre la enseñanza pública es su propio sistema. Existe
una carrera contrarreloj en la que el alumnado se ve obligado a
interpretar un número de obras, en apenas nueve meses, sin contar los
festivos. La mayoría de las veces, y dado el escaso tiempo de la
sociedad moderna, las obras son revisadas a la ligera sin entrar en
detalles, ni en perfeccionamientos, algo que contradice el objetivo de la
enseñanza. Es, esta, principalmente, la peor enemiga, que crear
mediocres profesionales o en su caso frustrados aprendices de música.
El
Estado se ha convertido en el protector de las artes, y está bien que se
garantice la igualdad de oportunidades, pero tiene el terrible
inconveniente de la urgencia de velar por el cumplimiento de horarios,
temarios y proyectos curriculares, asegurar que un porcentaje
determinado es apto para concluir sus estudios, único acicate para
mantener tal institución.
Una gran parte de los docentes que
ejercen su profesión en conservatorios no han demostrado tener ni una
sola composición propia o, lo peor aún, no han dado un solo concierto en
su vida. La mayoría de los compositores, salvo excepciones, huyen de
este sistema rígido que obliga a crear genios y que no ahonda en la
necesidad de una estructura más acorde con los tiempos que corren y las
necesidades exigidas.
Antes de la institucionalización de la
música, el músico como otras muchas profesiones, era un trabajo heredado o
se destinaba a un profesor particular, que garantizaba, fuera de ninguna
estructura burocrática, el verdadero trabajo de la enseñanza como
oficio, y por tanto, artesanal.
Y ahora, unas breves líneas sobre
lo que os comentaba más arriba. En Music-Study in Germany, from the Home
Correspondence, de Amy Fay, Chicago 1880, se comentan las horribles
clases de piano de la época. Os transcribo un fragmento:
“
(Tausig) ¿Va a tocar usted el piano o no, porque si no, no llegaremos a
ningún sitio? – La segunda alumna se sentó y tocó unas cuantas líneas.
Le hizo empezar una y otra vez y finalmente le quitó la partitura y
golpeó el piano. {...} ( La alumna Timannoff, a la que consideraba una
genio) “ No paraba de interrumpirle de la manera más atormentadora y
exasperante que se pueda imaginar. Si hubiera sido yo, habría llrado...”
No
tomen este fragmento como un mero hecho anecdótico, ocurría y sigue
ocurriendo en muchos conservatorios. El academicismo no juega a favor de
los genios, a veces, ni de aquellos que
con tan buena intención deciden emprender estudios de música, a veces
como simples diletantes, algo que termina por convertirse en un
sentimiento de baja autoestima y de culpabilidad del que no podrá
librarse el resto de su vida.