El
origen que motiva este post se remota a muchos años atrás,
concretamente, aquellos años en que un jovencísimo pianista de hotel
inexperto trataba de dilucidar si su presencia con aquellas músicas
ajenas eran un requerimiento para soterrar el frío clima de estos
espacios, o un objeto más destinado a dar glamour o elitismo a las
estrellas que categorizan la calidad de unas instlaciones.
Solía
llenar aquel espacio al amparo o reclamo de un lugar en el cual personas
con diferentes intenciones se acercaban a él: algunos como punto de
espera para su llegada o salida, otros, para conversar, para tomar un
café, una copa y, muy pocos, con la clara intención de escuchar las
músicas programadas para tal fin.
Como músico herido en su
orgullo y, con la curiosidad de comprobar una cuestión, decidí actuar con
cierta mailicia, y para ello me atreví con una controvertida pieza
musical que podría levantar ampollas en algunos susceptibles oyentes.
Se trataba de Tomorrow belong to me, el conocido himno que se utilizó en la BSO de la película Cabaret para el incipiente nacimiento del nazismo.
Curiosamente,
no conseguí el efecto que pretendía, ninguno se levantó de su asiento,
reclamó una explicación, ni perdió la serenidad, y establecí dos
hipótesis: la primera, que nuestros vecinos germánicos son de una
educación más que envidiable y, la segunda, que son de una ignorancia
supina. Con el tiempo, descarté la segunda posibilidad.
Pero vamos a intentar dar sentido a este rompecabezas.
La
música suele salir ganando muy pocas veces cuando se convierte en
elemento ideológico. Me remitiré a algunas referencias interesantes.
Trataremos de averiguar si está implícita en la ideología o explícita a
ella.
Debe ser un tema que sigue teniendo interés, como demuestra
la segunda conferencia organizada por Words and Music Association Forum
(WMA) en Estocolmo para noviembres de este mismo año con el nombre de: Ideology in Words and Music.
También
el Centro Studi Opera Omnia Luigi Bocherini bajo el título de: MUSIC,
IDEOLOGY AND POLITICS IN THE ART CULTURE DURING FRANCO’S REGIME (1938-
1975) se atreve con esta cuestión en la que establece las causad del
empobrecimiento de las artes y la cultura durante el régimen franquista
que en consecuencia no optó por el utilitarismo.
Una tesis de Simo Mikklonen: State composers and the Red Courtiers (Music,ideologý and politics in the soviet 1930s)
arroja algunas claves para entender como la música se convirtió con la
Unión de Compositores, en un elemento propagandístico del Partido
Comunista, encabezado por Stalin y, como curiosamente, no sufrió las
torturas y asesinatos que tuvieron que soportar la Unión de Escritores
en el stalinismo más radicalizado.
En el volumen 2 de 1.985 de
Pacific Reviews of Ethnomusicology, Peter Manuel trata, algo
tendencisio, la cuestión y la relación de la absorción de la vida
cultural y musical de Cuba bajo el Socialismo Revolucionario.
Ambos
ejemplos antes citados tienen una estrecha vinculación política, pero
no puede ser de otra manera. teniendo en cuenta que la terminología que
en 1.796 adquiría el carácter de Ciencia que estudia las ideas, se
desvirtualizó en manos de Kant y Marx.
Pero retrotrayéndonos en el tiempo, Leonard B. Meyer en Music and Ideology in the Nineteenth Century nos
introduce en dos elementos que yo también suscribo: la originalidad y
la individualidad que caracterizaron al Romanticismo. La cuestión ahora
sería preguntarnos, entonces ¿qué ocurre? Y podríamos continuar con este
mismo autor que cita a Allan Bloom en un maravilloso mensaje que
ilumina nuestras sombras:
Man was born free, equal, selfsufficient, unprejudiced, and
whole; now, at the end of history, he is in chains (ruled by
other men or by laws he did not make), defined by relations of
inequality (rich or poor, noble or commoner, master or slave),
dependent, full of false opinions or superstitions, and divided
between his inclinations and his duties
El
texto es bastante claro, y habla por sí mismo, pero por sacarle punta
vamos a una palabra concreta “unprejudiced”. Aunque tiene algo de
utópico este mensaje de la libertad natural del ser humano, no cabe duda
de que establecer una relación entre ideología y música es exactamente
eso. Es confundir el contenido por el contiente, es Hitler enamorándose
de la ópera de Wagner y no al revés, el material del genial compositor
un elemento que defina las bases del nazismo, aún a sabiendas que
responde a un ideario sobre las raíces de la tradición germana.
Volviendo
al texto de Meyer encontramos la paradoja de cómo el comunismo polaco
adoptó Las Polonesas de Chopin como un símbolo nacional, algo que rompe
con la propia visión del marxismo: que cada clase social haga su música.
Pero
tratando de establecer si la música es un arte absoluto y, por tanto, no
subyugado a ningotra manifestación, tomaremos las siguientes palabras:
Wilhelm Schlegel’s characterization of two kinds of art:
Form is mechanical when it is imparted to any material through
an external force, merely as an accidental addition, without
reference to its character. . . . Organic form, on the contrary, is
innate; it unfolds itself from within, and reaches its deter mination simultaneously with the fullest development of the seed. . . . In the fine arts, just as in the province of nature —
the supreme artist — all genuine forms are Organic.
Que
no es otra cosa que decir que el universo sonoro no está directamente
ligado, a priori, al determinismo ideológico, si no es un fin procurado.
Como dice Lucy Green en su artículo: Why “ideology” is still relevant for Critical Thinking in Musiic Education,
publicado en 2003, la deificación, la legitmización y lo eterno en los
que se sostiene la ideología ha dejado a la música en un incómodo lugar
(esto último lo suscribo yo).
La disertación sería demasiado
extensa para un post, pero aquel irreflexivo pianista que intentaba,
entre la curiosidad y el sadismo, comprobar los daños colaterales que una
ideología provoca en una determinada música, demostró que suelen ser
irreparables, convirtiéndose en seña de identidad de sus correligionarios
o en el más absoluto rechazo de sus detractores.
En este sentido,
ni el mismo Beethoven pudo librarse del peso de haber dedicado su
Heroica a Napoleón, que se erigió como un tirano imperialista, por más que
quisiera borrar su nombre de la obra y aunque las referencias militares
están presentes en cada nota de la tercera sinfonía, al menos por una
vez, el sentido común demostró que una obra musical está por encima de
cualquier prejuicio o intencionalidad, pues en definitiva, es un arte
absoluto que a nada ni a nadie debe rendir cuentas.