Ayer, ya casi de pasada, en los últimos minutos del programa Juego de Espejos de Radio Clásica (RNE) sonaba una música que me pareció a primera vista actual, ideada para cualquier apetecible banda sonora. Se trataba, no obstante, de una obra estrenada en 1.942 y que llevaba el sobrenombre de Leningrado. Efectivamente, era la séptima sinfonía de Shostakovich.
Como yo no creo en las casualidades y sí en las
causalidades, intenté acceder a los posts del programa, pero
evidentemente, era demasiado pronto para que estuviese allí. Sin
embargo, mi curiosidad me llevó a interesarme por dicha obra, que por
cierto, y eso lo descubrí más tarde, había escuchado ya en alguna
ocasión, al menos parte de ella. Y ¿ por qué causalidad? Bien, enlazando
con aquel post que dediqué a Música e Ideología hace unas semanas
aparece esta magnífica obra tan polémica, del no menos polémico
Shostakovich.
Entre el amor/odio que sentía por Stravinsky, la
séptima es un trabajo que se asocia con los esquemas propios del modelo
stravinskiano, si se me permite el adjetivo. Shostakovich se me antoja
un compositor sintético, como la mayoría de lso compositores rusos,
preciso, concreto, más melódico que armónico y, en Leningrado, despliega
un colorismo tímbrico envidiable y suscita una honda reflexión de la
condición humana que luego explicaremos.
Os facilitaré más abajo dos enlaces interesantes que retratan dos perspectivas diferentes del compositor. Hablemos de ellas.
Por
un lado, el controvertido orígen de la sinfonía, o el porqué de la
misma, algo que necesitamos forzosamente encontrar para establecer
analogías y para entender algo tan abstracto como la música. El gran
problema es que en estas investigaciones uno puede perderse fácilmente, y
no conducen a nada. Se dice que Shostakovich escribió la sinfonía como
protesta a la invasión hitleriana de Leningrado.
Fernando de León, en ese interesantísimo artículo que antes os comentaba, pone en evidencia los errores a los que puede llevar cualquier intento al respecto de relacionar la obra. Dice De León que, el mismo Shostakovich manifestó que, efectivamente, se trataba de una denuncia al nazismo, para continuar oportunamente: "contra cualquier forma de nazismo" y esto incluía la purga stalinista. Aduce, además, que la septima, como lo haría cualquier artista, es un retrato de las miserias del ser humano como ente universal y no concretizado obligatoriamente.
Esto nos guía en la
segunda línea del post publicado por Enrique López Aguilar, que trata
sobre un Shostakovich ambiguo, las dos caras, como él suscribe en el
post. Nos encontramos ante un hombre tremendamente tímido, maníatico y
poco claro en intenciones, obligado a callar por causa de las
circunstancias contextuales en las que tuvo que vivir.
Hitler,
Stalin; Stalin y Hitler, eran dos perros para un mismo collar, y es
posible que ni de uno ni del otro Shostakovich sacara ni la más mínima
nota en la que inspirarse, y corresponda más a un propio deseo y anhelo
perosnal de expresión.
Escuchando los doce famosos compases
ravelianos, no pude más que dejar correr la imaginación. Y en ellos veía a
unos soldaditos jugando a hacer la guerra. ¡Miradlos, como se divierten
en el juego de la aniquilación! y como burlonamente, con sorna,
Shostakovich retrataba este patético paisaje de la raza humana para
después elevar a la iracundia. llámese divina o universal. esta estupidez
en los compases siguientes. Pasada la clamorosa indignación. nos damos
cuenta que en los últimos compases aparece nuevamente el ser imbecil que
no quiere darse cuenta de hacia donde va. Sí, por supuesto, es esta una
lectura muy personalista de este fragmento, como la de cada cual, esto
sólo me hace reafirmar que la música no puede nunca atenerse o estar al
servicio de, sino que es un fín en sí misma. Por cierto, el segundo
movimiento, admirable, genial.
Os adjunto los dos posts para profundizar en el tema.