El citado colega argumentaba que aquella interpretación que hizo Milos Forman en 1.984 le parecía aberrante, pues trataba al universal compositor como un "subnormal" (palabras que transcribo y que sin duda no tienen la intención de ofender a los deficientes mentales, aunque la comparación sea terrible).
Me abstuve de dar mi opinión, entre otras cosas, porque no había asistido al filme y por tanto no tenía un juicio de
valor para posicionarme.
Con el tiempo, la curiosidad por el Amadeus de Forman se volvió obsesión, y hasta la fecha, he asistido al filme como unas veinte veces.
Por supuesto que no comparto la opinión de mi colega, ni creo, como se dicen en algunos medios, que Forman desconociera algunos detalles de la vida del compositor, entre otras cosas porque a muy pccos directores de cine se le ocurriría tal majadería.
Fiel o no a la realidad de Mozart, Forman tuvo un enorme acierto al retratar a un ser humano, que como todos los seres humanos estamos llenos de defectos y de virtudes. La interpretación de sus papeles principales es espléndida, especialmente la de Salieri (F. Murray) pero independientemente de este hecho, Forman consiguió desmitificar, des divinizar, si se me permite la expresión, a un joven que había hipotecado su infancia en favor de la música, a causa de un padre obsesionado por hacerle famoso.
Indudablemente, debemos de
agradecerle a Leopoldo Mozart su contribución, a un precio muy alto, de
poder disfrutar de uno de los mayores talentos que ha dado la Humanidad
en este campo.
Por otro lado, y aunque esto es menos científico, W. A. Mozart era un acuariano y los aficionados a la astrología podrán entender cómo se comporta una persona característica de este signo: a menudo extrovertidos, rebeldes, desmesurados, libertinos y casi nunca pasan desapercibidos. Ese era Mozart.
En consecuencia, se había beneficiado de los aspectos universalistas del signo zodiacal y era consecuente con sus ideales francmasónicos, y un humanista que había bebido de las fuentes de Goethe y de los grandes filósofos de su tiempo.
Para nada, la versión de Forman merece descalificación alguna. Coloca al hombre en su sitio, a caballo entre sus pasiones, sus debilidades y el profundo racionalismo que imperó en el Clasicismo.
Ni por ello, si es este el temor de los críticos, Mozart pierde ni un ápice de genialidad. Una genialidad al servicio de la música, y en detrimento de una infancia que nunca tuvo.