Dejar pasar este 2.014 sin acordarse de que el grupo andaluz Triana cumple sus cuarenta años de historia pública sería todo un desperdicio.
Yo llegué hasta Triana gracias a un buen amigo, un excelente baterista e incondicional de Triana. En aquellos años, tan influenciados por la música anglosajona y lo comercial en España (aunque fueran también la eclosión de las grandes bandas de rock a nivel internacional), medir el alcance de la música de Triana, que mi buen amigo pretendía hacerme entender, era bastante difícil. Principalmente, por dos razones: la primera, porque yo venía de un mundo tan elitista como es la música clásica, del cual no reniego, pues me ha dado lo que hoy sé, pero sí es cierto que siempre se mira con vehemencia todo lo que está fuera de ese contexto. La segunda razón, ya comentada, es un panorama nacional que no había apostado por las búsquedas de nuevas formas propias, sino imitar modelos que procedían de otros lugares, especialmente el anglosajón.
El alcance de la música de Triana debe ser visto siempre con retrospectiva, no sobredimensionada, pero sí respetada.
Lo que J.J. Palacios, Jesús de la Rosa y Eduardo Rodríguez consiguieron no era fácil, ni podían imaginar las consecuencias culturales que su personal estilo iba a imprimir en la sociedad española de entonces.
La virtud de Triana no está en unas excelentes voces o ni tan siquiera en un virtuosismo instrumental, aunque el talento vocal o instrumental no siempre va ligado al creativo, y en esto, Triana eran los mejores maestros.
Efectivamente, la trascendencia de la música de Triana, la cual debería entrecomillar aquello de rock andaluz, se basa en un despliegue de genialidad incalculable y lo más importante, fructífero. Consiguieron que un estilo de música sin visos de comercialidad llegara a cotas altas de interés y ventas.
Encontrar en la historia de la música española un grupo de tanta repercusión mediática y explosión creativa es cuanto menos arriesgado de plantear. Pero, llegando un poco más lejos, la humildad con que estos talentos se presentaban al público o a los medios de comunicación era admirable y define muy bien cómo debería ser un artista.
Con los tristes desenlaces de Jesús y de Juan José, la banda, que ya estaba rota con la pérdida del primero, tenía un camino tan incierto de continuidad que llevó a su extinción. Los revivals en unos tiempos en los que la creatividad estaba pasada de moda y la música se rendía al culto de la producción comercial, estaban abocados al fracaso.
Sería impensable y ridículo vaticinar como sería Triana en 2.014, muchas bandas de entonces dejaron de existir hace mucho tiempo y no por razones trágicas.
Triana tuvo su momento brillante, su impronta en la historia de la música española, posiblemente, irrepetible viendo hacia dónde camina el arte y la cultura en estos momentos.
Aquel amigo que tuvo la suerte de ver y vibrar en aquel momento con aquella banda de tres jóvenes en Sevilla marginados por una sociedad que salía del franquismo y tildaba a sus nuevas generaciones de vagos y drogadictos, supo captar el mensaje en su momento justo, cuando mayor fuerza tenía y a él y a Triana les debo la grata sorpresa de haberles escuchado.