Y digo esto, viendo en qué hemos convertido la Navidad, que hasta para un no cristiano como yo, resulta humillante. No falta cinismo e hipocresía en aquellos y aquellas que se reúnen en tan señalada fecha para festejar en la , no frugalidad y el dispendio del comer y el beber, algo tan en las Antípodas como el nacimiento de Jesús. Debiendo este ser el verdadero goce y sentido lógico que en tiempos pasados tuvo, la Navidad hoy, está más cerca de una bacanal o un carnaval con todos sus ingredientes.
Todo esto, sin entrar
en la sociedad consumista de las que se aprovechan para vender al niño
Jesús y a Santa Claus en los iconos de cualquier producto susceptible de
credibilidad navideña. Es raro asombrarme de algo en estos tiempos,
pero ello no resta para que sienta tanta indignación de lo humano y
tanta laceración de lo divino.
En mi pequeño pueblo. puede palparse este estado de cosas: niños que ya no cantan villancicos. ni reconocen el espíritu navideño, sino. dedicados al arte de explotar petardos y fastidiar a los demás en un acto instintivamente propio del ser humano: la agresividad. Jóvenes y no tan jóvenes. por las calles tambaleándose o con su disco-coche al ritmo del chunga-chunga y, mucho comer y beber, hasta más no poder. Hasta los flamenco- villancicos suenan tan ridículos que insultan al buen oído y al buen gusto musical.
Sí, hemos conseguido profanar la Navidad, y todos tan felices.
Esto me recuerda a aquel villancico (en el sentido renacentista del término) de mi admirado Juan del Enzina que, no sé si con sorna o con seriedad decía aquello de:
Hoy comamos y bebamos
y cantemos y holguemos
que mañana ayunaremos
....
Honremos a tan buen santo
porque en hambre nos acorra
comamos a calca porra
que mañana hay gran quebranto.
etc.
Si bien Juan del Enzina escribía estos versos en el trasiego de las carnestolendas a la cuaresma, comprobará el lector y lectora, que su validez es aplicable a estas fiestas, a las que digo yo, que por respeto a los cristianos de buena fe, deberían dar otro nombre y otro carácter más acorde con los tiempos en los que, desde luego, la presencia de Dios engendrado en hombre, está tan difuminada como un cuadro de Van Gogh.